domingo, 5 de junio de 2011

♠ EL PRIMER VOTO FEMENINO EN EL PERÚ (17 de junio de 1955)


Un año después de que Odría decretara el derecho de las mujeres a votar, estas acudieron masivamente a las urnas*.
El 17 de Junio de 1955, con el gobierno del General Manuel Odría, se promulga la Ley donde se le otorga por primera vez el voto a la mujer dentro del proceso electoral. Este acontecimiento es muy importante ya que marca un hito en la historia de nuestro País.
Lima parecía hoy una inmensa cámara oscura, con paredes que trazaran a lo largo de toda la ciudad los límites del secreto. Sus calles y avenidas tenían el perfil de soledad intranquila que caracteriza el cuarto de elección. Estaba a solas con su decisión luego de una campaña política excepcionalmente compleja.
El madrugón fue general. Pese a que las conversaciones familiares se prolongaron por el intento de hábiles oradores de sobremesa de obtener votos a última hora, el trajín se inició temprano. Sobre las 6, los despertadores dieron rumor ruidoso al amanecer, y las dueñas de casa se aprestaron a elegir “algo que ponerse”. Las damas, luego de la misa, y muchas de ellas llevando sus libros misales, engrosaron las densas colas que nacían a las puertas de cada colegio, donde las mesas con padrones y ánforas habían desplazado los habituales elementos escolares. La columna impaciente desencadenaba amables conversaciones, desprovistas de la aspereza silenciosa de las de hombres, donde la mayoría leía sus diarios sin preocuparse mucho por el vecino. Además, las mesas de mujeres tenían color. Todas habían buscado en su vestuario lo mejor, y lucían en el gris limeño su gracia singular.
Como las señoras no querían perder su puesto tempranero para su primera elección, los chicos quedaron a cargo de los maridos. Las escenas que se pintaron en más de un hogar serán la anécdota más recordada por muchas familias, luego de olvidarse de la demora de las colas y la incertidumbre de la elección.
Algunas madres prefirieron, en lugar de dejar a sus niños en las manos inseguras de sus esposos, llevarlos a la mesa. La presencia infantil de las colas desplazaba enseguida la política para incorporarse a la conversación la crianza del bebe. También fue un recurso de muchas señoras apuradas. Como estaban con un niño en brazos, le cedían el puesto y, en lugar de tardar casi una hora o más en votar, se desocupaban rápidamente.
La ciudad entera había entornado los párpados de metal y madera de sus negocios. El trabajo se había paralizado y, con ligeras excepciones, los comercios parecían abandonados. La vida de cada barrio, con sus facetas particulares, se refugiaba en las colas. En algunos, la espera era más conversada y frecuentada por el chiste. En otros, transcurría silenciosamente, con elegante seriedad. En los distritos más populares, luego de la votación se proseguía conversando en las esquinas, como en cualquier otro día de la semana. En cambio, en los residenciales, el saludo que cerraba la concurrencia al comicio era punto final. Los vecinos más diligentes se armaron desde temprano de cuchillas para devolver a las paredes la limpieza que le quitaron los miles de carteles de vote, vote, vote!… A medida que avanzaba el trabajo y el suelo se llenaba de ‘cenizas’ de papel parecían más fatigadas las caras de los afiches. Como si tantos días que tuvieron que sonreír para convencer electores los hubieran cansado. La labor de limpieza, interrumpida por la pausa del mediodía, daba a las paredes aspecto de mil caras mutiladas. Los carteles a medio despegar formaban singulares composiciones, donde el medio rostro de un candidato recibía el apoyo de las consignas de otro partido que había quedado debajo, y hasta la sonrisa de otro postulante.
La vida que les faltaba a las calles y hacía nervio en las casas políticas locales por donde pasaba el meridiano inquieto de toda la ciudad. Desde temprano eran hervidero de pronósticos. El cálculo de probabilidad que habrán hecho desde el comienzo de la campaña se estaba poniendo a prueba en las ánforas. Para muchos, las horas que faltaban hasta las 4 de la tarde parecían eternas. Sin embargo, la esperanza no decrecía y en las tres casas presidenciales palpitaba la misma seguridad en ser elegida del millón y medio de peruanos que lo estaba decidiendo a lo largo y ancho del país.
(*) El Comercio, 18 de junio de 1956

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